La patria, para Gomá y los otros obispos, «implica una paternidad; es el ámbito moral, como de una familia dilatada, en que logra el ciudadano su desarrollo total». Y el movimiento nacional «ha determinado una corriente de amor que se ha concentrado alrededor del nombre y de la substancia histórica de España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon la ruina. Y como el amor patrio, cuando se ha sobrenaturalizado por el cariño de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, toca las cumbres de la caridad cristiana, vimos una explosión de verídica caridad que ha tenido su expresión máxima en la sangre de millares de españoles que la han dado al grito de “¡Viva España! O sea, los hechos específicos de esa revolución de españa que globalmente enjuician afirmando que «en la crónica de los pueblos occidentales no se conoce un fenómeno igual de vesania colectiva, ni un cúmulo similar, producido en pocas semanas, de atentados cometidos contra los derechos fundamentales de Dios, de la sociedad y de la persona humana.
Resaltan también cómo el movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado, en contraposición con lo realizado en las regiones dominadas entonces por los comunistas. Nuestros males son gravísimos (…) Pero disponemos la promesa de que, imponiéndose con su fuerza el gran sacrificio efectuado, encontraremos otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legislación en que se destaca el sentido católico en la civilización, en la moral, en la justicia popular y en el honor y culto que hay que a Dios». En la Carta Colectiva los obispos se lamentaban de la opinión negativa que los medios se habían formado de la guerra civil, en tanto que «buena parte de la prensa católica extranjera ha contribuido a ésta desviación mental que podría ser aciega para los sacratísimos intereses que se ventilan en nuestra patria».
Carta Colectiva Del Episcopado Español – 1937-
Osep Miquel Bausset).- El día pasado 1 se cumplieron 80 años de la Carta Colectiva del episcopado español, un archivo sobre la guerra civil de 1936 de carácter histórico-doctrinal, firmado el 1 de julio de 1937 y que fue publicado el diez de agosto siguiente. Cerramos, Honorables Hermanos, esta ya extendida Carta rogándonos nos ayudéis a lamentar la gran catástrofe nacional de España, en que se perdieron, con la justicia y la paz, fundamento del bien común y de aquella vida virtuosa de la Ciudad de que nos charla el Angélicos, tantos valores de civilización y de vida cristiana. El olvido de la verdad y de la virtud, en el orden político, económico y popular, nos ha acarreado esta desgracia colectiva. Hemos sido mal gobernados, pues, como dice Santurrón Tomás, Dios hace reinar al hombre hipócrita por causa de los pecados del pueblo. Se ha acusado a la Iglesia de haberse defendido contra un movimiento habitual haciéndose fuerte en sus santuarios y siguiéndose de aquí la matanza de sacerdotes y la ruina de las iglesias. La irrupción contra los templos fue súbita, casi simultánea en todas las zonas, y coincidió con la matanza de curas.
Órgano natural de este trueque espiritual son los Obispos, a quien puso el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios. España, que pasa una de las mucho más enormes preocupaciones de su crónica, ha recibido múltiples manifestaciones de aprecio y condolencias del Episcopado católico extranjero, ahora en mensajes colectivos, ahora de varios Obispos particularmente. Y el Episcopado español, tan horriblemente probado en sus integrantes, en sus sacerdotes y en sus Iglesias, desea el día de hoy corresponder con este Documento colectivo a la enorme caridad que se nos ha manifestado de todos los puntos de la tierra. Más allá de estas situaciones horribles y por extraño que hoy nos logre parecer, tendría que pasar un año largo para que por primera vez se hiciese oír la voz de la Iglesia victimada, manifestada de forma colectiva. Y cerca de 2, en 1938, a fin de que la Santa Sede se hiciera eco, en forma más bien equívoca, de la increíble situación. El primer informe, sin embargo, que el Vaticano tiene de una manera oficial, de cuanto está ocurriendo, es el remitido en agosto de 1936 por el cardenal Gomá, a quien el comienzo de la guerra había asombrado descansando en Pamplona.
Carta Colectiva De Los Obispos Españoles A Los
La Iglesia no poseía más que pocas e insignificantes parcelas, viviendas sacerdotales y de educación, e incluso de esto se había útilmente incautado el Estado. Todo lo que tiene la Iglesia en España no llenaría la cuarta una parte de sus necesidades, y responde a sacratísimas obligaciones. Quiera Dios ser en España el primer bien servido, condición fundamental para que la nación sea verdaderamente bien servida. Al suscribirte a nuestro boletín informativo, aceptas todos nuestros Términos y Condiciones establecidos.
Pero disponemos la esperanza de que, imponiéndose con su fuerza el enorme sacrificio efectuado, vamos a encontrar otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legislación en que predomina el sentido cristiano en la civilización, en la ética, en la justicia social y en el honor y culto que se debe a Dios. Dejando otras causas de menor eficacia, fueron los legisladores de 1931, y luego el poder ejecutivo del Estado con sus prácticas de gobierno, los que se empeñaron en torcer bruscamente la ruta de nuestra historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y demandas del espíritu nacional, y singularmente contrario al sentido espiritual predominante en el país. La Constitución y las leyes laicas que desarrollaron su espíritu fueron un ataque violento y continuado a la conciencia nacional.
Años De La Carta Colectiva Del Episcopado Español
Anulando los derechos de Dios y vejada la Iglesia, quedaba nuestra sociedad enervada, en el orden legal, en lo que tiene de sobra substantivo la vida popular, que es la religión. El pueblo español que, en su mayor parte, sostenía viva la fe de sus mayores, recibió con paciencia invicta los reiterados agravios hechos a su conciencia por leyes inicuas; pero la temeridad de sus gobernantes había puesto en el alma nacional, adjuntado con el agravio, un aspecto de repudio y de protesta contra un poder popular que había faltado a la justicia mucho más primordial, que es la que se debe a Dios y a la conciencia de los ciudadanos. Pero con nuestra gratitud, Honorables Hermanos, debemos manifestaros nuestro dolor por el desconocimiento de la realidad de lo que en España ocurre. Es un hecho, que nos consta por documentación abundante, que el pensamiento de un enorme campo de opinión extranjera está disociado de la verdad de los hechos ocurridos en este país. Y lo que más nos duele es que una buena parte de la prensa católica extranjera haya contribuido a esta desviación mental, que podría ser aciega para los sacratísimos intereses que se ventilan en nuestra patria.
Por todo ello, los sectores católicos vivieron un persistente combate con la República. Pero una cosa hubiera sido poner coto a los privilegios y poderes de la Iglesia como institución, y otra muy distinta perseguir a todos los católicos españoles y a los más humildes e inofensivos párrocos de pueblo. Contamos los mártires por millares; su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria; pero prácticamente no hallaríamos en el Martirologio de roma una forma de calvario no usada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión; y en cambio hay formas novedosas de tormento que han permitido las sustancias y máquinas modernas. Pero la paz es la “calma del orden, divino, nacional, popular y también individual, que afirma a cada quien su lugar y le da lo que le resulta debido, colocando la gloria de Dios en la cima de todos los deberes y haciendo derivar de su amor el servicio fraternal de todos”.
No sería difícil el desarrollo de puntos fundamentales de doctrina aplicada a nuestro momento de hoy. Se ha hecho ahora copiosamente, hasta por algunos de los Hermanos que suscriben esta Carta. Pero nos encontramos en tiempos de positivismo ambicioso y frío y, singularmente tratándose de hechos de tal relieve histórico como se han producido en esta guerra, lo que se desea —se nos ha requerido cien veces desde el extranjero en este sentido— son hechos vivos y palpitantes que, por afirmación o contraposición, den la verdad fácil y justa.
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Que aun reconociendo algún abandono en el cumplimiento de los deberes de justicia y caridad, que la Iglesia fué la primera en urgir, las clases trabajadoras estaban poderosamente protegidas por la ley, y la nación había entrado por el franco sendero de una mejor distribución de la riqueza. Exactamente en ella se ha librado de la guerra horrible una gran parte de las regiones mucho más pobres, y se ha cebado más donde ha sido mayor el coeficiente de la riqueza y del bienestar del pueblo. Ni pueden tirarse en el olvido nuestra avanzada legislación social y nuestras prósperas instituciones de beneficencia y asistencia pública y privada, de abolengo español, y católico. El pueblo fue engañado con promesas irrealizables, incompatibles no solo con la vida económica del país, sino más bien con cualquier tipo de vida económica estructurada. Aquí está la bienandanza de las regiones indemnes, y la miseria, que se apropió ahora de las que han caído bajo el dominio comunista. El 1 de julio de 1937 el episcopado español publicó, como el mucho más famoso de sus documentos, una carta colectiva sobre el sentido de la guerra civil en curso.
Consecuencia de ello habría de ser la demora de todo género de pronunciamiento definitivo, que solamente se haría efectivo en el momento en que la suerte del País Vasco estaba ahora echada, con la designación de monseñor Antoniutti como enviado particular cerca de la Junta de Burgos. Y también, apunte importante, cuando el Generalísimo hubiera garantizado su intención de suprimir todas y cada una de las leyes establecidas por el anticlericalismo republicano, cosa que efectivamente cumpliría al formarse en el primer mes del año de 1938 el primer Gobierno nacional. 2.- Las medidas tomadas por el Gobierno republicano-socialista en 1931 inclinaron a muchos católicos y la jerarquía a separarse paulativamente de la República.